La historia de «El faro de las orcas» conmocionó al mundo, una película que tocó los corazones de quienes vieron en ella no solo una lucha, sino un encuentro entre la humanidad y la naturaleza salvaje. Filmada en parte en Puerto Madryn, este relato basado en hechos reales tiene como protagonista a Lola, interpretada por Maribel Verdú, una madre dispuesta a cruzar 14.000 kilómetros en busca de una esperanza para su hijo autista. Y, entre los personajes esenciales de la historia, no solo estuvieron los seres humanos, sino también los animales que aportaron su magia a la pantalla. Entre ellos, «Tordo», un caballo blanco que no solo acompañó la trama, sino que fue parte viva de la narrativa.
«Tordo» era más que un animal. Su imponente figura galopando en la Patagonia lo convirtió en un símbolo de libertad y belleza. Durante meses, su participación fue esencial en las filmaciones, no solo en la Patagonia, sino también en otras regiones de Argentina donde se capturaron escenas para la película. A su lado, actores como Joaquín Furriel y Maribel Verdú encontraron el equilibrio entre la soledad indómita de la naturaleza y la serenidad interior que sus personajes requerían.
Pero el pasado domingo, esa libertad fue truncada de forma brutal. En las últimas luces del día, en los accesos a la Estancia “San Guillermo”, manos desalmadas apretaron el gatillo de un arma que dio muerte a «Tordo» de un certero disparo en el pulmón. El caballo que había formado parte de una historia de superación, de amor y esperanza, fue asesinado en un acto irracional, dejando un vacío no solo en sus dueños, sino en todos aquellos que alguna vez disfrutaron de su presencia en la pantalla.
Cristina y Alfredo, los propietarios de la Estancia “San Guillermo”, recordaban con dolor el nacimiento y la crianza de «Tordo» desde hace 18 años. «Era parte de nuestra familia, se crió aquí, junto a la tropilla. Verlo correr era una de las postales diarias que disfrutábamos», relataban entre lágrimas. Para ellos, «Tordo» no solo fue un animal de trabajo o un actor de cine, sino un compañero de vida, uno que había dejado huella en todo aquel que lo conoció.
El impacto de su pérdida va más allá de una noticia policial. No es solo la historia de un caballo asesinado, sino la pérdida de un ser que ayudó a contar una narrativa que buscaba conectarnos con lo más esencial de la vida: la búsqueda de paz, equilibrio y redención. Hoy, «Tordo» ya no galopa por la Patagonia, pero su espíritu seguirá vivo en la película que lo inmortalizó. Sin embargo, su partida nos deja una profunda herida, recordándonos la fragilidad de todo lo que amamos.
La naturaleza, que tanto nos da, también puede arrebatarnos. Y en esta ocasión, fue una vida inocente la que pagó el precio de la violencia y la indiferencia humana.




